Rutilo Grande

domingo, 11 de octubre de 2009

Rutilio Grande: Mártir por los pobres

El padre Rutilio era buen amigo de Óscar Romero.

Este sacerdote jesuíta, nacido en 1928 y asesinado en

1977, murió baleado junto con dos de sus acompañantes, Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de

16 años. Varios indicios señalan la complicidad del Gobierno de entonces en estos asesinatos. El anciano y el joven presumiblemente fueron matados para que no hubies

e testigos. Se dice que soltaron a dos o tres niños

pequeños que iban con ellos.

Rutilio , el “padre Tilo”, era un sacerdote muy respetado por sus pro

pios compañeros, que lo tenían como coordinador de su equipo pastoral.

Un tanto reservado en el trato personal, su timidez se transformaba en valentía para denunciar cualquier injusticia que le sucediera al pueblo. Captó y respetó la religiosidad del pueblo, pero rompió con una religión conformista que aceptaba la opresión y las injusticias en nombre de los

consuelos de la vida eterna.

Rutilio, estaba claramente emocionado e ilusionado por el Concilio Vaticano II que, bajo el impulso del buen Papa Juan XXIII, quería una Iglesia para el mundo, una Iglesia de los pobres.

Rutilio era de la Iglesia Latinoamericana, inspirado por Medel

lín, que quería dar la Buena Nueva a las víctimas antes de imponer doctrinas.

Como rector del Seminario, envió a los seminaristas a realizar trabajo pastoral en las parroquias. No quería que los estudiantes se apartaran de su pueblo y cambiaran sus vidas por teorías.

Se hizo cargo de la parroquia de Aguilares. Ahí se desarrolló un trabajo fabuloso donde los trabajadores del campo lograron resucitar y recuperar su dignidad. Esto no cayó en gracia de los terratenientes de los cañaverales. Veían en él un peligro.

El padre Tilo se opuso siempre a la violencia y lleg

ó a tener enfrentamientos con quienes, partiendo de la profecía social del Evangelio, optaban por la violencia. Pero, al mismo tiemp

o, defendió a los pobres y a los humildes d

e la terrible violencia indiscriminada que los gobiernos de aquella época dirigían contra quienes pedían un mínimo respeto a su dignidad.

Profeta y past

or en el más hondo sentido cristiano, murió mientras llevaba la comunión a un enfermo.

Dar la vida en servicio a los demás es sie

mpre el mayor legado que nos hacen nuestros mártires. Rutilio fue una persona muy de su tiempo, conocedor a fondo de la realidad de la gente. Fue cercano, participativo, a pesar de una salud débil y una tendencia fuerte a ciclos depresivos. Su dar la vida por los demás ni le fue fácil, ni fue casualidad. Dio la vida porque tomó una opción muy radical de seguir al Señor y de ir haciendo de su vida, a partir de su debilidad, un instrumento abierto al amor de Dios, dispuesto siempre a entregarse a los demás. Sigue siendo, en ese aspecto, una persona que nos reta, que nos anima y que nos impulsa al bien. Una persona que nos dice con su vida y con su muerte que si uno tiene simultáneamente amor a Dios y a los po

bres puede crecer, puede multiplicarse y puede trascenderse. En este mundo donde la superficialidad impe

ra con frecuencia, Rutilio nos llama a tomarnos al vida en serio desde el Evangelio y a crecer en fidelidad simultánea a Dios y al prójimo.

La vida de Rutilio ha quedado plasmada en un canto. “Vamos todos al banquete, a la mesa de la creación, cada cual con su taburete, tiene un puesto y una misión”. Sacada la letra de esta conocida canción religiosa de una homilía del P. Tilo, nos refleja a un hombre sencillo, lleno de esperanza, con una enorme confianza en una creación que es don de Dios y por tanto buena y abierta a todos. Pero también convencido que esa creación buena se teje históricamente y nos convoca a comprom

eternos con la nueva creación y la nueva criatura ofrecida por el Señor. Todo un camino de responsabilidad ética y cristiana que

continúa como ejemplo y como invitación para nosotros.

El padre Tilo y Romero

La muerte de Rutilio tuvo un papel determinante en el co

mpromiso de Óscar Romero a favor de los pob

res. Al saber de los asesinatos, Monseñor Romero fue al templo donde reposaban los tres cuerpos y celebró la misa. Después, Romero pasó varias horas escuchando a los campesinos locales, conociendo sus historias personales de sufrimiento, y horas también en oración. En la mañana del día siguiente, después de reunirse con l

os sacerdotes y consejeros, monseñor anunció que no asistiría ya a ninguna ocasión gubernamental ni a ninguna junta con el presidente (siendo ambas actividades tradic

ionales del puesto) hasta que la muerte se investigara. Ya que nunca se condujo ninguna investigación, Romero no asistió a ninguna ceremonia de estado durante sus tres años como arzobispo.

El domingo siguiente, para protestar por los asesinatos de Grande y sus compañeros, el recién in

stalado Monseñor Romero canceló las misas en toda la arquidiócesis, para sustituirlas por una sola misa en la catedral de San Salvador. Otros obispos de la iglesia salvadoreña criticaron la decisión, pero más de 150 sacerdotes concelebraron la misa y más de 100.000 personas acudieron a la catedral para escuchar el discurso de Romero, quien pidió el fin de la violencia. El 14 de marzo, pues, se celebraba en la catedral de San Salvador el funeral de Rutilio, Manuel y Nelson. En la homilía de despedida, Romero señalaba:

Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí -queridos hermanos- de unas relaciones hu

manas y personales con el Padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida él estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para recoger de ese cadáver un mensaje para todos nosotros que seguimos peregrinando.

El mensaje, que quiero tomarlo de las palabras mismas del Papa cuando nos habla de la evang

elización, nos da la pauta para comprender a Rutilio Grande: ‘¿Qué aporta la Iglesia a esta lucha universal por la liberación de tanta miseria?’ Y el Papa recuerda que en el Sínodo de 1974 las voces de los obispos de todo el mundo, representadas principalmente en aquellos obispos del Tercer Mundo, clamaban: ‘La angustia de estos pueblos con hambre, en miseria, marginados’. Y la Iglesia no puede estar ausente en esa lucha de liberación; pero su presencia en esa lucha por levantar, por dignificar al hombre, tiene que ser un mensaje, una presencia muy original, una presencia que el mundo no podrá comprender, pero que lleva el germen, la potencia de la victoria, del éxito.

El amor verdadero es el que trae a Rutilio Gr

ande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama, y es significativo que mientras el Padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la Misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de amor y precisamente porque es amor lo que nos inspira, hermanos. ¿Quién sabe si las manos criminales que cayeron ya en la excomunión están escuchando en un ra

dio allá en su escondrijo, en su conciencia, esta palabra? Queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos. Solamente son enemigos, los que se le quieren declarar; pero ella los ama y muere como Cristo: ‘Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen’.

Algunas frases de Rutilio, el “Padre Tilo”

§ “Queridos hermanos y amigos, me doy perfecta cuenta que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán cruzar las fronteras. Sólo nos llegarán las cubiertas, ya que todas las páginas son subversivas”.

§ “No tenemos más que un Padre, y todos somos hijos… aunque tengamos distintas madres, todos somos hermanos, todos somos iguales”.

§ “Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no queden impunes tantos crímenes, que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas”.

§ “Nos tenemos que salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea, ¡en comunidad!”

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